Motivaciones

Cada Semana, proponemos un texto, que nos motive y ayude en nuestro cometido diario, y pido, si es posible, que lo comentemos entre todos, para sacar el màximo jugo de él.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Alegoría del Carruaje

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Sal a la calle que hay un regalo para ti.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué bonito...” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:
—¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
—Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido...
—Cierto —digo yo.
Entonces voy hasta la cuadra y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:
—¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de na-da; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.
Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto:
—¡Qué me hizo!
Me grita:
—¡Te falta el cochero!
—¡Ah! —digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.
Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron.
Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir.
Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo... Yo disfruto del viaje.

Esta pequeña alegoría debería servirnos para entender el concepto holístico del ser.
Hemos nacido, salido de nuestra “casa” y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo. Un carruaje diseñado especialmente para cada uno de nosotros. Un vehículo capaz de adaptarse a los cambios con el paso del tiempo, pero que será el mismo durante todo el viaje.
A poco de nacer, nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje —el cuerpo— no serviría para nada si no tuviese caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos y también los sentimientos
Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llevaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es cuando aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente. Ese cochero manejará nuestro mejor tránsito.
Hay que saber que cada uno de nosotros es por lo menos los tres personajes que intervienen allí.
Tu eres el carruaje, los caballos y el cochero durante todo el camino, que es tu propia vida.
La armonía deberás construirla con todas estas partes, cuidando de no dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas.
Dejar que tu cuerpo sea llevado sólo por tus impulsos, tus afectos o tus pasiones puede ser y es sumamente peligroso. Es decir, necesitás de tu cabeza para ejercer cierto orden en tu vida.
El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos. No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje.
Obviamente, tampoco podés descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el trayecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje.
Cuando puedo comprender esto, cuando sé que soy mi cuerpo, mi dolor de cabeza y mi sensación de apetito, que soy mis ganas y mis deseos y mis instintos; que soy además mis reflexiones y mi mente pensante y mis experiencias... Es en ese momento cuando estoy en condiciones de empezar, equipado, este camino, que es el que hoy decido para mí.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cerrando Círculos

Cerrar círculos es imprescindible si queremos que nuestra vida sea "redonda", completa. Cuando lo consigues, cuando nada te impide lograrlo, cuando no te importa "el qué dirán", porque tu corazón te habla en susurros, una suave brisa recorre tu cuerpo y te anuncia tu primavera particular.

Cuando vivimos, existimos, nos relacionamos, establecemos interacciones bidireccionales que a veces fortalecen, otras duelen, algunas más enseñan y otras pocas acrecientan. Es absolutamente normal porque forma parte de la fuerza existente que denominamos Vida.

Se van cumpliendo etapas con cada momento, época, lugar y persona que cumplen siempre una función determinada y absolutamente necesaria, aunque la mayoría de las veces no sea evidente en un primer momento.

Cubierta la etapa, acabada la misma, avanzamos, seguimos caminando, existiendo, pero a veces nos olvidamos de cerrarla, de terminarla, no en un sentido finalista de todo o nada, sino de lo que ella nos transmitía y en la forma en que ha transcurrido.

Igual ocurre con las relaciones, personales, fraternales, amorosas, laborales, en definitiva, vitales. Pasa la etapa, el corazón lo sabe, el alma lo confirma el espíritu te encamina sin remedio hacia la siguiente, pero tu mente, con sus cargas de prejuicios, condicionamientos, estrecheces, miras distorsionadas, ilusiones y desesperanzas, frustraciones varias, decide intervenir y te "empuja" a seguir con algo que ya no debe ni puede ser igual.


Tu única salida es escuchar la profundida de tu corazón, de tu alma, y hacerle caso, eso sí, cerrando impecablemente el círculo, amorosamente, con el corazón, no con el estómago, con el amor, no con la pasión, con generosidad y comprensión.

Eso vale para cada parte, agradeciendo las enseñanzas recibidas, el aporte efectuado, lo vivido, y deseando lo mejor. Diciendo Adios con el alma en una mano y el corazón en la otra, como sólo tu sabes y puedes hacerlo, aunque creas imposible esto que ahora te digo.

La mochila tiene sentido durante una parte del viaje, pero cuando realizas otro, en ese ínterin, descárgate de ella y vive libre, disfrutando de lo único posible que tienes más a mano: ¡¡tu SER!!

PARA QUE PENSEIS SOBRE ELLO OS INVITO A LEER U OIR UNA RELEXION DE Paulo Coelho

CERRANDO CIRCULOS

Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida.
Si insistes en permanecer en ella, más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto.
O cerrando puertas. O cerrando capítulos.
Como quieras llamarlo.
Lo importante es poder cerrarlos.
Lo importante es poder dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.
¿Terminaste con su trabajo? ¿Se acabó la relación?
¿Ya no vives más en esa casa? ¿Debes irte de viaje?
¿La amistad se acabó?
Puedes pasarte mucho tiempo de tu presente 'revolcándote' en los porqués, en volver atras el cassette y tratar de entender por qué sucedió tal o cuál hecho.

El desgaste va a ser infinito porque en la vida, TU, yo, tu amigo, tus hijos, todos y todas estamos abocados a ir cerrando capítulos. A pasar la hoja. A terminar con etapas o con momentos de la vida y seguir para adelante.

No podemos estar en el presente añorando el pasado.
Ni siquiera preguntándonos por qué.
Lo que sucedió, sucedió.
Y hay que soltar, hay que desprenderse.
No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros. No.
¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir!

Por eso a veces es tan importante romper fotos, quemar cartas, destruir recuerdos, regalar presentes, cambiar de casa.
Papeles por romper, documentos por tirar, libros por vender o regalar.
Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación.
Dejar ir, soltar, desprenderse.
En la vida nadie juega con las cartas marcadas y hay que aprender a perder y a ganar.
Hay que dejar ir, hay que pasar la hoja, hay que vivir sólo lo que tenemos en el presente.
El pasado ya pasó.
No esperes que te devuelvan, no esperes que te reconozcan, no esperes que alguna vez se den cuenta de quién eres'. Suelta.

El resentimiento, el prender 'tu televisor' personal para darle y darle al asunto, lo único que consigue es dañarte mentalmente, envenenarte, amargarte.
La vida está para adelante, nunca para atrás.
Porque si andas por la vida dejando 'puertas abiertas', por si acaso, nunca podrás desprenderte ni vivir lo de hoy con satisfacción.
Noviazgos o amistades que no clausuran, posibilidades de 'regresar' (¿a qué?), necesidad de aclaraciones, palabras que no se dijeron, silencios que lo invadieron.
¡Si puedes enfrentarlos ya y ahora, házlo!
Si no, déjalo ir, cierra capítulos.

Dí a ti mismo que no, que no vuelve.
Pero no por orgullo ni por soberbia sino porque tu ya no encajas allí, en ese lugar, en ese corazón, en esa habitación, en esa casa, en ese escritorio, en ese oficio, tu ya no es el mismo que se fue, hace dos días, hace tres meses, hace un año, por lo tanto, no hay nada a que volver.

Cierra la puerta, pasa la hoja, cierra el círculo.
Ni Tu serás el mismo ni el entorno al que regresas será igual, porque en la vida nada se queda quieto nada es estático.
Es salud mental, amor por ti mismo desprender lo que ya no está en tu vida.

Recuerda que nada ni nadie es indispensable.
Ni una persona, ni un lugar, ni un trabajo, nada es vital para vivir porque cuando tu viniste a este mundo llegaste sin ese adhesivo, por lo tanto es 'costumbre' vivir pegado a él y es un trabajo personal aprender a vivir sin él, sin el adhesivo humano o físico que hoy te duele dejar ir.


Es un proceso de aprender a desprenderse y humanamente se puede lograr porque, te repito, nada ni nadie nos es indispensable. Sólo es costumbre, apego, necesidad.


Pero... cierra, clausura, limpia, tira, oxigena, despréndete, sacude,suelta ...


Hay tantas palabras para significar salud mental y cualquiera que sea la que escojas, te ayudará definitivamente a seguir para adelante con tranquilidad. ¡Esa es la vida!

viernes, 10 de septiembre de 2010

La Tienda de la Verdad


Aún hoy día me sorprendo a mi mismo deseando por un lado saber algunas movidas que sé que jamás podrán salir a la luz, mientras que por otro me gustaría no saber algunas cosas que sé y que no hacen más que generarme dudas y atormentarme cada día un poquito más.


No es la primera vez que me veo reflexionado acerca de la verdad absoluta y su relación con la felicidad del ser humano...

¿Es necesario saber la verdad para ser auténticamente feliz? ¿O, por el contrario, es preferible ignorar ciertas cosas? ¿Preferimos una verdad incómoda a una metira supuestamente piadosa? ¿Mentir es igual que no decir siempre la verdad? ¿Estamos realmente preparados para saber toda la verdad y nada más que la verdad? ¿Y para ofrecerla?

Os dejo un texto que me encanta para que reflexioneis un poquito y me digais qué es lo que pensais al respecto.


La tienda de la verdad

El hombre paseaba por aquellas pequeñas callecitas de la ciudad provinciana. Tenía tiempo y por eso se detenía algunos instantes delante de cada escaparate, delante de cada tienda, en cada plaza. Al torcer una esquina se encontró de pronto frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco. Intrigado, se acercó a la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate…En el interior solamente se veía un atril que sostenía un cartelito a mano que anunciaba:





“Tienda de la verdad”




El hombre estaba sorprendido. Pensó que era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué vendían.



Entró.


Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:

- Perdón, ¿Esta es la tienda de la verdad?
- Sí, señor, ¿Qué tipo de verdad está buscando? ¿Verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?


Así que allí vendían verdad. Nunca se había imaginado que aquello era posible. Llegar a un lugar y llevarse la verdad era maravilloso.




- Verdad completa, contestó el hombre sin dudarlo.


Estoy tan cansado de mentiras y falsificaciones…, pensó. No quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni fraudes.




- ¡Verdad plena! Ratificó.
- Bien, señor, sígame.


La señorita acompañó al cliente a otro sector, y señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo:




- El señor le atenderá.


El vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara.




- Vengo a comprar la verdad completa.
- Ajá. Perdone, pero, ¿el señor sabe el precio?
- No. ¿Cuál es? Contestó rutinariamente. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.
- Si usted se la lleva -dijo el vendedor- el precio es que nunca más volverá a estar en paz.


Un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto.

- Gra…gracias…disculpe…balbuceó.

Dio la vuelta y salió de la tienda mirando al suelo.

Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que aún necesitaba algunas mentiras en las que encontrar el descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo…

Quizá más adelante..., pensó.

Ahora te toca a tí intentar responder con total sinceridad: ¿Qué crees que habrías hecho tú en su lugar?

viernes, 3 de septiembre de 2010

El Cruce del Rio

>. Había una vez dos monjes Zen que caminaban por el bosque de
regreso al monasterio. Cuando llegaron al río, una mujer lloraba
en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva.
—¿Qué te sucede? –le preguntó el más anciano.
—Mi madre se muere. Ella está sola en su casa, del otro
lado del río y yo no puedo cruzar. Lo intenté –siguió la joven—
pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro
lado sin ayuda... pensé que no la volvería a ver con vida. Pero
ahora... ahora que aparecisteis vosotros, alguno de los dos
podrá ayudarme a cruzar...
—Ojalá pudiéramos –se lamentó el más joven—. Pero la
única manera de ayudarte, sería cargarte a través del río y
nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el
sexo opuesto. Eso está prohibido... lo siento.
—Yo también lo siento –dijo la mujer y siguió llorando.
El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo:
—Sube.
La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su atadito de
ropa y montó a horcajadas sobre el monje.
Con bastante dificultad el monje cruzó el río, seguido por
el otro más joven.
Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó en
actitud de besar las manos del anciano monje.
—Está bien, está bien –dijo el viejo retirando las manos—
, sigue tu camino.
La mujer se inclinó en gratitud y humildad, tomó sus
ropas y corrió por el camino al pueblo.
Los monjes, sin decir palabra, retomaron su marcha al
monasterio.
...Faltaban aún diez horas de caminata.
Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano:
—Maestro, tú sabes mejor que yo de nuestro voto de
abstinencia. No obstante, cargaste sobre tus hombros a aquella
mujer todo el ancho del río.
—Yo la llevé a través del río, es cierto, ¿pero qué pasa
contigo que la cargas todavía sobre los hombros?

En este cuento, se plantea: La importancia de no dejar las cosas a medias y de los peligros de ocupar la mente con cosas no resueltas.